Miro a la izquierda. A mi derecha, unos lugareños discuten por el encontronazo de sus carritos de transporte. Es el momento. Si me muevo con cautela posiblemente podré huir. Conozco perfectamente el terreno. Aprovecho un descuido del propietario del puesto y me dirijo hacia la puerta orientada al este. Es la salida mas concurrida. Nadie se fija en mi. Espero encontrarme con mis compañeros, también en busca de libertad. Dos francesas o quizá españolas, estuvieron a punto de delatarme. Falsa alarma.
Las callejuelas exteriores son un hervidero. Muy cerca de la puerta de salida me encuentro con mis amigos. El azúcar, con su sonrisa empalagosa, fué la primera en abrazarme. La risa nerviosa de la harina nos espolvorea a los demás. Está histérica. Una gran compañera que en las dificultades se crece. Y la amiga nuez. Ocultando sus sentimientos como siempre pero con un cerebro privilegiado, se hace querer. Yo la adoro. La almendra llena de contradicciones, sumida en su amargura, hace tiempo que me conquistó con su olor.
Yo, un simple pistacho, y mis amigos habiamos logrado huir de Lokum, un pastel empalagoso. Un dulce delicioso, dicen las guías turísticas. Ja. Ahora mis colegas y yo somos libres. Somos ex-ingrendientes.